Gente con cianuro

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domingo, 16 de marzo de 2014

Roja como la sangre. Relato erótico #3




Había pasado demasiado tiempo desde que despertó en medio de la nada semidesnudo. En medio de la nada significaba un banco de un parque infantil en un barrio de mala muerte. Semidesnudo era sin camiseta, con los pantalones bajados hasta las rodillas y con la silenciosa ausencia de un zapato que más tarde encontraría a unos 5 metros de ese inmundo banco común. La historia de como había amanecido ahí era la historia triste de una noche con demasiadas sombras, y alguna sorpresa agradable de la que luego se arrepentiría. 

Todo empezó la noche anterior. Se había peleado con sus padres y se había ido de casa. Solo necesitaba escapar y salir de aquella burbuja de plástico en la que estaba metido, quería respirar. Se encontró con una aglomeración de gente haciendo botellón y se emborrachó. Solo estaba con esos conocidos que iban a su clase del instituto pero con los que no tenía nada en común. Eran unos desconocidos para él. No le ofrecían nada interesante para su mente... pero si para su vista. Sobre todo, Ana. 

Ana había estado "secretamente" enamorada de él hasta que encontró a un chico nuevo. Aunque comenzó a salir con él, sabía que ella aun le miraba cuando torcía la cabeza o cuando corría por las pistas de atletismo mientras ella hacía como que escuchaba a su amiga. En un par de ocasiones él le pilló a ella mirándole de arriba a abajo y ella solo supo ruborizarse y enrojecerse. Ella quería algo de él y ese algo no tardaría en llegar.

Ana estuvo todo el rato mirándole a él, y por los efectos del alcohol se acercó a ella. Hablaron de los viejos tiempos, de las zorras y de los cabrones que les rodeaban... Entre unas cosas y otras, se hizo muy tarde para Ana, y tenía que volver a casa. Ella haría todo lo posible para que él le siguiera hasta donde quería. 





-¿Me acompañas hasta casa? -dijo Ana.
-Vale... ¿pero que me das a cambio? -contestó él.
-¿Qué quieres? -preguntó ella mientras se mordía tímidamente el labio inferior pintado de algún color entre el violeta y el rosa.
-Quiero que me la comas -dijo él, mientras se acercaba y susurraba esto a los oídos de ella. 

Empezaron a andar hacía la casa de ella, pero no aguantaron y terminaron en la parte de atrás de unas obras.

La empujó contra unas maquinas que había y comenzó a besarla. Le comió la boca poco a poco, hasta que ella se agachó y sintió la humedad de la polla dura de él contra su cara. Comenzó a frotársela por toda la cara.

Empezó a manosearla lentamente y luego se la sacó. Con la mano derecha se la meneó durante un rato y luego se la metió en la boca. Sintió el calor de su miembro y Ana empezó a mojarse. No se había dado cuenta de que él, le había quitado las bragas y había estado tocándola todo el tiempo.

Él le pellizcaba los pezones y le decía guarradas, por eso no se enteró de los espasmos de la polla del chico moreno de ojos negros hasta que sintió el semen en su boca. Intentó apartarse pero le agarró del pelo y la obligó a tragar. Luego ella empezó a pegar pequeños gritos por segunda vez. Se había corrido. 

Se encontraban extasiados por eso se tumbaron en el suelo. Ella con la cabeza encima de su torso y él con las manos encima de sus tetas, que para decir verdad no eran unos globos. Ella le daba besos tiernos, como de una enamorada, cuando sonó su móvil. 
Parecía que era su novio quien le llamaba.

-Hola...
-Soy yo, tengo ganas de que nos veamos. Ya sabes para que... Estoy donde siempre y tengo de diferentes sabores. -contestó una voz adulta, que le sonaba de algo. Estaba seguro de que no se trataba de su novio. Ana, la chica tan inocente, estaba con por lo menos dos personas más que su novio... Él y el que le llamaba.
-Voy, pero esperaros un rato. -dijo ella. Acto seguido colgaron. No solo no era una persona, sino que eran más. Las sorpresas que traía esta chica.

-¿Lo has dejado con tu novio...? -preguntó él.
-Claro que no, pero no quiero que digas nada sobre lo que hemos hecho, ni sobre lo que has escuchado. ¿Me entiendes? Si tienes la boca cerrada te dejaré que vengas un día, estoy segura de que te lo pasarás genial. 
-No diré nada. Pero quiero que cumplas tu promesa pronto, quiero saber de que estás hablando.

Ella soltó una carcajada, comenzó a vestirse, le dio un beso de despedida y se fue. El sonido del tacón de sus zapatos resonó en su cabeza un buen rato. Él solo pudo levantarse y quedarse de pie. Ni siquiera se vistió. Pegó un vistazo y se dio cuenta de que estaba en un parque en obras. Buscó un banco y se tumbó. No tenía ganas de llegar a casa. Se durmió. 

A la mañana siguiente se despertó y gritó. A su cabeza volvió la imagen de la chica rubia de ojos claros. Esa era la chica que él deseaba, no Ana. Pero lo que había hecho no tenía solución, y encima, era participe de una mentira. Ana estaba engañando a su novio. Aunque le djo que le invitaría ir con ella un día, él estaba ahora seguro de que diría que no.

Pero de esta historia ya hace demasiado tiempo. Hoy ha pasado un mes de eso. Ha pasado un mes desde que se despertara y cogiera un rosa tan roja como la sangre y la dejara en la puerta de la casa, de la chica rubia de ojos claros. La que él deseaba, no Ana.

Ella aun no sabe quién es él pero colecciona todos esos pétalos rojos y los deja en un bote cuando se secan. Ella guarda ahí dentro todas las pasiones, palabras y deseos que el chico de ojos negros no puede hacer, ni decir, ni cumplir. No se atreve a desvelar su identidad. 

Aun recuerda a la hermana inocente de ella y la recuerda porque anhela vivir ese momento otra vez, para haber podido hacer otra cosa. O eso se lamenta cada vez que suelta una lagrima inmensa frente al espejo, a la vez que se proporciona placer. A veces mientras hace esto se acuerda de la noche en la que Ana le hizo una mamada espectacular. Luego vuelve a ver su imagen en el espejo y cambia todo.

Ha dejado de vivir en una burbuja que le asfixiaba para vivir en una jaula en la que respira pero de la que no puede escapar, en la que no puede ser libre. Lo peor es que él la ha creado. Y no puedo seguir viviendo con la mentira de aceptar, no poder tocar ni hablar con la chica rubia de ojos claros. 

La chica, al que el chico moreno de ojos negros deja cada mañana una rosa tan roja como la sangre que corre por sus venas. Por la que fluye su sed de pasión. Pronto él desvelará su nombre y ella podrá saber quién es la persona que le deja una rosa tan roja como la sangre cada mañana en la puerta de su casa. O tal vez, sea demasiado tarde cuando se lo diga.  


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Espero que os haya gustado, comentad.

¿Te has perdido los relatos anteriores?
Léelos aquí -> 

¡Hasta pronto! 

9 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Espero que no me lo censures... jaja
      Gracias por comentar :) Bienvenido

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  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  3. Hola, fantastico! gracias por compartirlo

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  4. O escribes brusco o escribes delicadamente. Tu texto es una puta ofensa a la literatura erótica. Para que te hagas una idea de como escribes es como si cogiera tu cabeza contra el bordillo de la acera, te la fuera a estampar y luego te diera rosas y te dijera:"Te quiero". Ojala te mueras con cianuro <3

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